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Tango


A las nueve menos cinco minutos cojo el autobús hacia Madrid. Me dejo caer en el asiento. Tras unos instantes saco de mi mochila el libro de Kawabata que estoy leyendo, y sin querer en vez de acercarme a la urbe me doy cuenta que me encuentro en un silencioso hostal de Hakone, entre la penumbra del otoño de los arces japoneses, observando una partida de Go. Media hora. Luego el sonido de los frenos del autocar me acerca de nuevo a la realidad. Tomo el metro. Me gusta el metro. Al pasar por Argüelles descubro con cierta tristeza que la vendedora de billetes de la ONCE que cantaba sus números con voz de ángel ha sido relegada por la modernización de la línea gallardoniana a otro lugar que desconozco. En un cartel de publicidad compruebo como culos repletos de celulitis en clínicas milagrosas se convierten en el culo que ya quisiera para si la mismísima Elle MacPherson. Luego unas paradas más y llego a mi destino. Cuarenta días antes del examen mis dedos deben aprender a bailar tango sobre el teclado. Sin tropezones.

Happy


Acabas de llegar de tu clase de aerobic. Sonríes y me comentas que ya tienes mi regalo de cumpleaños. Te acercas a leer el correo y te quedas un momento a mi lado. Te huelo. Me gusta tu olor, ese ligero sudor. Me olvido por un momento que el azar puso a los reyes casi pegados a mi cumpleaños.

Ahora tengo que ir a buscar al niño.




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