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Disneylandia


El restaurante es oriental. Una camarera de un país de Europa del este nos prepara la mesa. Se queda mirando a MiniTarzán. Me pregunta en un endeble castellano: ¿Cuántos anios tiene? Tres. Respondo. Sonríe. Igual que mi hijo… que está allí, en Bulgaria.(…) ¿En qué mes nasió? En abril. Se para un instante. Se acerca hasta la silla de MiniTarzán y le acaricia el pelo. Las lágrimas le han brotado en las mejillas. (...) Se marcha al cuarto de baño.


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PD. pronto dedicaré un post a Jorge Drexler

Sobredosis

Con el fin de semana han llegado de nuevo los días de calcetines y de cazadora. También la lluvia. Antes no me gustaba, ni el otoño ni la lluvia, ahora tampoco, pero con los años me voy haciendo a ellos. Amigos.

El sábado mini Tarzán ha estado tan revoltoso que en ningún momento nos hemos podido descuidar e irnos por las ramas. Coronó su magnífica faena al estropear las luces del coche nuevo y de paso la dirección. Avería costosa. Se ve que las cosas de ahora no están hechas antiniño. Lo único bueno es que Francis está mucho más accesible y le hemos podido pedir una mano para que nos lo arregle.

Luego el domingo estuvimos en la casa nueva de Rafa y Michelle. Es una casa, transparente, casi se podría decir que abierta en canal. La intimidad, con esos ventanales tan grandes, siempre anda por una cuerda y con un paraguas haciendo equilibrios. Pero es su primera casa, y por eso y a pesar de todo cuando abren la puerta no son capaces de evitar que se les escape un poco de su felicidad. Dentro rebosan.

Decido que durante esta semana me voy a meter una sobredosis de sentimentalismo y amor. He hecho una selección de películas que pienso ver durante estos días: La vida secreta de las palabras, Deando amar y El cielo sobre Berlín. Las veré entre el hueco que me deja cada tema. Para suavizar estos días “previos”. Además creo que estoy preparado, durante este verano he estado entrenando con el Mediterráneo dejándome caer dentro de él y entrenando mis apneas. Contaré…


Esta versión de esta canción me encanta


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El pacto

Hace unos meses mi corazón y yo decidimos darnos una tregua y jurar un pacto por el que ni él me incordia mucho ni yo le presiono demasiado.

A veces me traiciona... y me hace sentir vivo.


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La mano de Fátima


Alguien nos ha regalado un amuleto. La mano de Fátima. Lo hemos puesto en la puerta de casa porque nos han dicho que atrae la suerte a los que vivimos dentro.

Yo siempre he pensado que la buena suerte es la que se curra uno o una mismo, por ejemplo es la que ha conseguido que hayamos podido arreglar el desaguisado del coche de este verano y ahora tengamos uno bueno, bonito y barato (sobre todo). La misma que ha conseguido que recibiera de nuevo esa llamada que creí casi perdida y que siempre me envenena por el micrófono y por el auricular del teléfono con una preciosa sonrisa. Es la que ha conseguido que el próximo mes de noviembre, de presagios negros para Ella, en alguno de sus treinta días, venga con un bolsillo para la esperanza y con posibilidades de que mantenga su trabajo. Es la que conseguirá que en los meses que viene yo por fin…

todo eso es por la buena suerte,

… ¿o será la mano de Fátima?

En un lugar


En un lugar de la Mancha de cuyo nombre, Albacete, me puedo acordar, no ha mucho tiempo que existía un grupo de música llamado Surfin Bichos. Quiso la filigrana del destino que se separaran ya hace muchos años. De aquella segregación cuentan los viejos del lugar que vieron aparecer a un Chucho en una calle desierta y en otra esquina de la calle una gigantesca mancha de Mercromina. Cada uno de estos elementos emprendió un camino lleno de luz.

Hoy a muchos años de todos aquellos acontecimientos los insignes integrantes de aquel primer grupo han decidido juntarse de nuevo para hacer una gira de despedida. Lo escuché el otro día, yo que sí que veo la Dos y sus documentales. Nadie os lo deberías perder. Yo tampoco.

PD. Por cierto. ¿Alguien sabe dónde esta mi cd de Lost in traslation?



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Boys don't cry


Hoy ha sido el primer día de colegio de Mini Tarzán. Lo hemos hecho deprisa, para que todo pasara tan rápido que no se diera cuenta. Da igual. Se ha quedado llorando.

Yo me he retrotraido (palabra rara ¿verdad?) unos taitantos años, hasta chocarme con mi primer día de cole. Ese en el que también me puse a llorar. Pero poquito. Justo hasta que la mano de Pedrito Jiménez Almonacid (hoy eminente neurocirujano) se encontró con la mía y con toda la tranquilidad del mundo me acompañó hasta la que fue nuestra clase. No recuerdo un llanto más.

A la hora de comer fui a recogerle. Su profesora me cuenta que todos han estado muy bien. Mini Tarzán me ve en la puerta de su clase, y se viene abajo. “Papá, papá, Quero ir contigo”. De camino a casa le pregunto cómo se lo ha pasado, si ha jugado, si ha conocido a muchos niños. Está enfadado y no quiere hablar. Le pregunto “¿Y tú has llorado, amor?” y con toda sencillez me contesta “Todas las veces”.


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LA MUJER BOTIJO

Una antigua compañera de la facultad con implicaciones emotivas. Después de once años decido volver a llamarla. Igual que hice con Victor. El señor google la ha localizado en Valencia, en una universidad. Marco el teléfono y aguanto (eficazmente) los nervios. Me contesta su voz, más grave, tal vez seria. Me (re)presento y la saludo, con cierta ilusión, no lo niego. Muestra la misma emoción que puedes esperar de un sacapuntas. Le intento sacar alguna frase de más de dos palabras. Negativo. Al cabo de tres minutos decido colgar el teléfono. Estoy seguro que se puede mantener una conversación más interesante con un botijo. Reconozco que he pecado de iluso. El tiempo que lo borra todo no pasa igual para todo el mundo.


Después, afortunadamente, una llamada inesperada y llena de ceceos me alegra el resto de la tarde.

VACACIONES
(No soy amigo de post largos, en este caso la extensión se debe a que no tuve posibilidad de poner los textos día a día en la web. Procuraré no reincidir)

24 de agosto
Me levanto temprano de una dulce siesta. Tan temprano que a la única que encuentro despierta en toda la casa es a la pequeña domadora de sueños. Me dice que se aburre (papá, me aburro) y que nos inventemos un juego para pasar el rato. Vamos al jardín. Allí abajo se nos ocurre jugar a los olores y al tacto. El juego es sencillo consiste en reconocer diferentes plantas usando sólo los sentidos del olfato y el tacto. Con un pañuelo le vendo los ojos mientras voy recogiendo muestras de romero, hierbabuena, té, ciprés, laurel, tomates y pétalos de rosa. Suavemente se los voy acercando a la nariz y le voy preguntando qué puede ser. Ella ya reconoce los olores más básicos. Se divierte. Cuando tiene dificultad para averiguar alguno dejo que sean sus dedos los que le ayuden en la tarea. Le he enseñado a distinguir qué zonas de las manos son más sensibles al tacto, y en silencio observo cómo las yemas de sus dedos se van transformando en los ojos que tiene vendados. Y así, despacio, entre aromas y roces mediterráneos vamos dejando transcurrir y llenar la tarde.
Luego me acerco hasta el garaje de Francis. Allí está ella. Mahatma. Una moto con el depósito de color crema y la tapicería Burdeos, con más de cuarenta años bajo sus ruedas. Es pequeña, pero preciosa. Me subo en ella. Me agarro a sus manetas y voy girando el acelerador. Sueño. Me sienta bien. Según muevo el acelerador me voy imaginando que estamos en la carretera, con el aire chocando contra nosotros, con su rugir cascado y sublime y con mi casco de viejo aviador. Acelero.

25 de agosto
Entre adoquines dulces de más de un kilogramo y visita a la Pilarica vamos pasando la tarde en Zaragoza, parada intermedia hasta nuestro destino final en la Costa Brava. Por la tarde tomamos unas tapas (calamares rebozados en salsa, uhmm) en una calle repleta de sabor adosada a la catedral. Un curioso personaje con un expléndido pedete lúcido se acerca hasta el barril que hace las veces de nuestra improvisada (o provisada, según se vea) mesa. Viste pelo, gafas, camisa, pantalón y sandalias negras. Un poco solitario. Mi primera actitud es; ya se nos va a plantificar delante el pesado de turno. Error. Comienza su perorata pero avisa; “Os prometo que no voy a daros la charla más de un minuto”. De repente nos parece mucho más simpático. Nos explica en su cobreavisada perorata de no más de un minuto que el capricho del destino nos ha llevado hasta uno de los pasajes más desconocidos y bellos del casco antiguo de la ciudad. Una gran tapia había impedido el paso aquí durante años, y ahora este lugar se ha convertido en un punto de referencia para el tapeo y el arte. Libros colgados desde lo alto de unas ramas atados a sedal, o un pequeño muro que guarda los restos de una gran cantidad de velas de colores hacen de galería de arte al aire libre. Nuestro amigo, después de cumplir a rajatabla con su minuto de atención, se despide de nosotros hasta la próxima, a continuar con su cerveza después de habernos enseñado que, afortunadamente, las apariencias engañan.



26 de agosto
Llegamos al mar. Laura nos regala los obsequios que habían elegido para nosotros en su último viaje que les llevó al Tibet. A mí me ha tocado una preciosa rueda de oración tibetana labrada sobre hueso de yak. Le comienzo a dar vueltas y vueltas.

Por la noche la pequeña domadora de sueños y yo pasamos un rato en la terraza
- He visto una estrella fugaz- Exclama
- Ha pasado muy RÁPIDO, tanto que sólo he podido pedirle un deseo CHIQUITITO.
(Mi dulce domadora)

27 de agosto
Mini Tarzán (tres años) observa un acantilado desde un precioso paseo junto al mar. Está a mi lado. De repente un cormorán surge como un aparecido desde dentro del agua. Acto seguido comienza a realizar una serie de inmersiones en busca de comida.
- Mira papá, un pato
- No cariño, es un cormorán
- No, es un pato
- Es un cormorán
- Que no papá, que es un pato

- Bueno, realmente es un pato-cormorán (exclamo conciliador)
- Vale (con la musiquilla de una A muy larga)



28 de agosto
Llevo a Mini Tarzán a la peluquería. La peluquera le ha perpetrado un corte de pelo. Intenta justificarlo con argumentos tales como que el niño tiene el pelo con una especie de calvas y cosas así. Yo ante la escabechina saco al niño corriendo. Mi consuelo es que le crece el pelo muy rápido.
Más tarde me acerco a una librería. Una recomendación azul me lleva hasta “el extranjero” de Camus. Los primeros párrafos me recuerdan que ya lo había leído. Pequeña decepción. Luego redescubro que una de las grandes virtudes que tienen los libros es que se pueden leer muchas más de una vez. Decepción olvidada.
Por la noche viajamos a Tossa. Me dejo un trozo de corazón en la ciutat vella, el otro en la deliciosa paella que cenamos. Y al final de la cena el corazón como nuevo.



29 de agosto
En Peratallada les mostramos a Laura y Javier el restaurante más romántico del mundo. No temo equivocarme. Un lugar donde la chica o el chico más reticente no podrán decir otra cosa que no sea “te quiero”. Donde no hay rincón para separaciones o peleas. Cada pared, cada mesa, cada mantel, cada plato o cada cubierto (son diferentes) es un pequeño mundo, que orbita en una galaxia que sólo rinde culto a la ternura. Mi propia gría Michelín dice que es un restaurante ABSOLUT RECOMENDABLE.
Para pasar el rato, ya por la noche, se nos ocurre echar una partida de billar. Los cuatro pitufos se apuntan. Nos reimos mucho. Mini Tarzán más que un jugador de carambolas de colores se parece a Sergei Bubka en miniatura cada vez que coge el taco de madera infinitamente más grande que él.

30 de agosto
La luz de Dalí.



1 de septiembre
Me despierto el primero. Aprovecho para salir a la terraza a leer. El sol hace ya notar su magnífico nombre. Al cabo de un rato oigo unos leves pasos en la habitación. Por la rendija que queda entre el marco de la puerta y la cortina Ella deja aparecer su rostro. Está todavía dormida y se frota los ojos. Abre la puerta y me da un beso. “Uf, qué sol”.
A media mañana bajamos a la playa. La Costa Brava nos ha sido tan provechosa que me he llenado de nuevo la piel de canela. Celebramos nuestro último día. Decidimos alquilar una pequeña motora. En ella llegamos más allá de la bahía, donde las olas se empeñan en dar nombre a la costa. Aprendo (porque todos los días se aprende) de nuevo porqué llamamos al color del mar, en ocasiones, azul marino. Profundo.




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